Solíamos vernos solo de vez en cuando, cuando Mariana trabajaba
hasta tarde o se encerraba en nuestra habitación fingiendo estar dormida. Yo
salía, como usualmente, no para escapar de Mariana, salía porque siempre había disfrutado estar
solo, buscar algo bueno en mis caminatas solitarias. Cuando se me daba la gana,
cruzábamos una plática simple, insípida y cuando tenía ganas de saborear el placer a mis anchas, rentaba el cuarto de
motel más próximo a la residencia de mi
maldito jefe. Como era usual, ella me satisfacía hasta el momento en que yo
quedaba por completo servido. Nunca tuvimos una conversación firme e
interesante pero me gustaba que escuchara todos mis vómitos mentales acerca de
la muerte, la política y los Steelers.
Era una excelente oyente, siempre me miraba muy atenta con los ojos muy
abiertos y con una tranquilidad que parecía comprenderme de todo a todo, hasta
que yo terminaba de parlar no decía ni una palabra. Era evidente, Violeta sabía
estar con un hombre, a eso se dedicaba, por
eso yo solía buscarla y quedarme noches enteras con ella. Prefería eso a tener que
estar soportando llantos de mal gusto y quejas en las almohadas empañadas de
lágrimas de Mariana. No era que no la quisiera, llevaba 2 años viviendo con
ella, pero era bastante dramática para arreglar cualquier detalle.
Una tarde de Octubre, recuerdo muy bien, discutí con Mariana
por nuestra falta de sexo. Es increíble, pero no pude evitar la sorpresa que me
causo saber que llevaba más de 4 meses de no acostarme con ella, ¡como aguanta
una mujer tanto tiempo sin sexo! Trate
de tranquilizarla, pero ella retrocedió dándome un pequeño golpe en la barbilla
y corriendo hacia la habitación, digna de sus consuelos. Su cólera llegó a tal
punto, que me hablo de una separación y de los hijos que nunca llegaríamos a
tener. Nunca creí que en verdad me pudiera molestar su ultimo comentario: “... ¡mediocre,
falta de ambiciones!” Casi daban las 9 y
no me dispuse a quedarme ahí, escuchando sollozos ahogados. Tome las llaves de
mi viejo Pontiac, me moje la cara y baje a dar una vuelta. Cuando llegue al semáforo
de la calle Hidalgo, vacile en girar a la de Peña. En menos de un segundo, me
decidí, me había llegado el comentario a alguna parte de mi sensibilidad que yo
mismo no conocía. Mi pulso se hizo más rápido, que fue seguido de un trago
grueso de saliva, ¿qué diablos fue lo que sentí? ¿tristeza? Llegué a la
glorieta de Morales y antes de entrar a la zona de Juglares, me pase una mano
por el pelo, acomode mi cierre que empezaba a ladearse. Y justo ahí, estaba,
como siempre después de las 9: 40, Violeta. Traía puesta su falda roja, y debajo
de ella su buen trasero, lo que hizo que se ladeara aún más el cierre de mi pantalón.
Me estacione violentamente enfrente de ella, se asustó al principio pero cuando
reconoció mi cara, hizo una delicada sonrisa de confidencialidad que ahuyento
mi nudo en el cuello. Baje del Pontiac,
nos pusimos de acuerdo, y conducimos al billar de los Andenes. Bebimos tequila,
y un poco de vodka. Así que terminamos un poco borrachos, en el mismo hotelucho
de la misma avenida, pero no en la cama sino en la tina del baño. No pude
evitar soltar la efusividad con la cual Mariana me había destrozado emocionalmente
en los besos casi amorosos que le di a Violeta, en el cuello, en las piernas,
en el alma. Y note como ella sutilmente observo la diferencia con que me
comporte ese día, puesto que nunca decía nada pero su mirada explicaba todo.
Desperté a la mañana
siguiente sobre la cama del motel, con una ligera resaca pero con el alma
destrozada. A pesar de que había pasado una buena noche con Violeta, mi sueño
se resumió a recordarme la discusión que tuve con Mariana y la forma en la que
sus palabras tenían razón, el nudo bajo de nuevo por mi seca garganta. Me levanté,
camine hacia el baño y encontré una carta con una mala ortografía en la cual
explicaba Violeta que no deseaba verme nunca más, que nuestras citas me estaban
haciendo daño. Estúpidamente me burle, ¿Cómo iba yo a enamorarme de Violeta? Si
ella, más que nadie, era criada de la señora Nada.
Una noche de Marzo, en mi clásico Pontiac, salí a dar una
vuelta, llegue a Hidalgo, a Peña, después a Juglares. Me acomode el pelo con
una mano y el cierre que se hacía a un lado, y estaba, parada ahí, como siempre después de las 9:40, Mariana con
su falda roja.
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