Por Lorena Rojas
Música, melancólico
alimento para los que vivimos de amor
-Julio
Cortázar
La canción se cuela
por la mente entre sueños, y a la mañana siguiente se desborda por la garganta,
la boca, la lengua… toma forma de silbidos, palabras, sonidos perfectamente
compenetrados que poco a poco toman posesión. El ritmo viaja por los pies
danzantes y llega al piso de madera, baja la escalera haciéndola crujir
armoniosamente; cada paso se une a la voz e un acto mimético y flotante, aunque
el siempre juró no saber bailar… El ambiente se llena de ritmo, se tiñe del
blues de ésa voz que hasta los oídos de ella llega. La música la invita a
despertar.
Ir sentada en el
último asiento del camión urbano y de repente escuchar a un señor tocando en la
flauta “bésame mucho”, mejora sin duda mi estado de ánimo; sin pensarlo le doy
mis últimos dos pesos, él ya me dejó una sonrisa tatuada en el rostro. He oído
que los tatuajes son mucho más caros. La música dice algo en unos segundos, mucho más de lo que yo
podría decir en un discurso bien elaborado… y a ella, todos la entendemos.
Actualmente
diversos estudios confirman los beneficios que la música trae al ser humano;
estimula el aprendizaje, aumenta el desarrollo del habla, relaja y anima… Pero,
¿cuántos de nosotros nos detenemos a dejarla entrar?, ¿cuántos de verdad
dejamos que la música nos invite a despertar?
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