miércoles, 6 de febrero de 2013

El amor que se prendió fuego encima



Iván Ernesto Hernández Castillo

Sus padres se casaron hace años. Dowel hijo de la madre y Ángela del padre, no tardaron en llevarse bien, unos tres meses y se trataban como hermanos de sangre, sus lazos superaban aquellos de los que nacían de la misma madre, 3 años de diferencia y ella era la menor. Él la cuidaba tanto, que si al subir a un árbol, ella se raspaba una rodilla, no temía romperse los huesos para ir a su lado.
Cuando la pequeña rosa alcanzo su decimoquinto año, Dowel noto la mirada que los amigos de esta tenían puestos sobre ella, la sangre se le seco, los ojos le explotaron, su garganta se incendió, no pudo soportar más la vista de su hermana rodeada de aquellos raptores. Corrió, corrió por horas en su mente, se imaginaba poseyéndola, sus ojos de cuarzo le pertenecían, sus cabellos artesanales le pertenecían, sus manos de muñeca le pertenecían, sus labios vírgenes también le pertenecían, decidió que debía tenerla por completo.
Sin que la inocente conciencia de la joven se diera cuenta Dowel la observaba, cuando comían, cuando estudiaban, cuando jugaba con los perros de la casa, cuando hablaba con sus amigas, cuando leía, cuando bailaba, cuando soñaba o tenía pesadillas.
Su pasión sobrevivió por años, y los 17 de ella llegaban, gracias a los liberales que eran sus padres, Ángela tuvo la oportunidad de escoger a su marido. Dowel volvió a sentir esos síntomas malditos, ¿por qué debía de escoger a alguien? tiempo atrás él decidió que había nacido para amarla, y ella para amarlo.
Sus padres salieron a una reunión familiar, dejaron a cargo al hermano mayor para que vigilara a aquel que Ángela había escogido para amar. Por fin lo conoció, el prometido era alguien que en sus días de vigilancia continua nunca había visto, ¿acaso ella se escondió de su propio hermano? ¿En qué momento?, pregunta tras pregunta apuñalaba su espalda continuamente, no lo podía permitir, no lo debía permitir, no lo permitió...
Para cuando Ángela llego al cuarto, la sangre de su enamorado había sido absorbida por la alfombra, su cuello desgarrado mostraba sus interiores, y las gotas de sangre guiaban el camino que había tomado Dowel. Con el estoque de su padre en la mano, la sangre de su amado en la ropa, y los ojos incendiados de por el odio que en su tiempo fue cariño, siguió el rastro, y lo encontró, era el único aparte de ella que se encontraba en la casa, con movimientos rápidos Dowel cayó al suelo, y mientras se lamentaba, veía su sangre la cual llameaba de amor y en el reflejo de aquellos ojos que alguna vez fueron azules, el máximo castigo.

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