jueves, 21 de febrero de 2013

El ave febril desde el final de la vida

  Gabriel Faz

“Cree en un infierno donde mis ojos no reflejen los ojos de nadie, donde mis cabellos se queman, donde tenga que regurgitar mi sangre para recordar el sabor de la bebida, donde mis dedos me mutilaran el vientre para arrancarme los pedazos de tu cuerpo. Allí estaré, violando en recuerdos mi alma negra por pecados extranjeros.”

La nota de aquella mujer aún estaba en sus manos cuando él ya blasfemaba su odio a las tristezas: “Oscurecida tu alma por todos los colores combinados de tus ojos –murmuraba a su amada herida-  seca ya estaba tu boca cuando mis restos valían más que el peso de tu carne entera… tu carne entera… se rendía cuando la delicia de mi cuerpo no era la espada enemiga.” Callaba al tiempo caminaba hacia la ventana, y ella cortejaba sus ebrios pasos con palabras de desesperanza, y el vino se transmutaba en vacío, y nacía humo y fuego de sus labios al continuar pausado y casi mudo con las horribles profecías que allí estaban escritas.

“Dios es el tiempo en el que existes antes de que nos odiemos. Diablo es el nombre de aquella virtud que nos vuelve extraños. Amor mio, me he enamorado de la fragilidad de una caricia. Amor mio perdóname, he escrito tu nombre en las puertas de los cielos. Amor, he olvidado por qué busco castigo, por qué busco perdón.”

Él miraba con sus ojos negros la pasividad de aquella nota de muerte,  como se despedía sin hacer ruido, como decía adiós sin la melancolía de las voces; Inconclusa, decidió completar lo que la vida misma dio favor de partida:

“Creo en un infierno en el que los clavos de la cruz los tengo en los labios, donde me he atrevido cerrar el compas de tus piernas, donde no he tenido el valor de volar de día. Creo que existe un infierno donde el nombre de la mujer mas bella no sea causa de amoríos, donde las penas del corazón se paguen con la daga de la amante, donde mi cobardía al decirte que te amo se castigue con el beso que atraviesa la garganta, que atraviesa el pecho y escapa por la costilla que me falta. Creo en un infierno que se apaga al no haber lugar para dos que se extrañan.”

Era ella flor de loto que duerme sumergida, ella la que clavó una daga entre sus pechos, cuando él a sus brazos ha llegado ella viste de gala, de escote, de medias largas; ella viste esperando que no termine una velada.
                           
                                  Mírame morir, amor, míra anochecer mis ojos.

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