Cecilia Sánchez
Y menos ahora. En la silla presidencial está Enrique Peña Nieto, que precisamente causó, desde los días de su campaña en 2012, el efecto contrario en gran parte de la sociedad. Su contendiente más fuerte, Andrés Manuel López Obrador, figuraba como ese posible modelo de caudillo latinoamericano, pero en México la cultura política no es tan fuerte ni está tan arraigada como en Venezuela, y la lucha que se hizo desde la trinchera estaba, desde su origen, casi destinada al fracaso.
Chávez sostuvo con mano firme su rechazo contra el imperialismo norteamericano en aras de mantener la soberanía del pueblo. Qué tanto lo logró y cuáles fueron las consecuencias no es aquí el tema, sino poner de relieve hasta dónde la figura de un hombre puede llevar a que se tomen decisiones tales como embalsamarlo tras la muerte, hasta dónde la admiración puede o no mutar en fanatismo, y que, dentro de los mexicanos, permanece burbujeante la esperanza de la llegada un gobierno paternalista que nos de, como lo hizo Chávez, un lugar en la participación política: que nos deje un pedacito del pastel.
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